Al cabo de muchos años de estar relacionándome con el mundo vitivinícola chileno y de haber visto algunas vueltas de carnero notables, pareciera ser que sólo hay dos formas más o menos seguras de producir vinos con personalidad e identidad. La primera es tener una idea fija del vino que uno quiere conseguir, buscar el terroir donde plantar las cepas adecuadas que le darán vida y… elaborarlo. La segunda, es partir por el terroir que uno tiene, estudiarlo con detalle, ver si de él se pueden obtener vinos del rango de precios al que uno aspira y decidir si vale la pena el esfuerzo. Este último fue el camino que escogió para su proyectoLuis Felipe Díaz, ingeniero comercial, propietario con su familia y gerente general de Viña Loma Larga. En la imagen, parras de Syrah.
Antes de decidirse a plantar y de escoger las variedades que mejor se adecuaran a sus tierras, Díaz ya tenía clarísimo que el elemento primordial para hacer buenos vinos es una buena fruta. Su meta era lograr algo de más valor que lo en Chile se considera bueno. Con rigor ingenieril, durante tres años hizo un seguimiento de temperaturas y algunos estudios de suelo en diferentes partes de su campo, ubicado a tres kilómetros de la carretera por el Camino Lo Ovalle. Plantaría sólo si el resultado de esos estudios le permitiera elaborar vinos que se colocasen sobre los US$ 60 la caja en el mercado, una meta que ya ha cumplido con creces.
La opción por los tintos
Díaz tenía claro que sus tierras de Casablanca correspondían a las de climas fríos y miró hacia otras zonas de similares características en el mundo. Su modelo fue nada menos que el Ródano septentrional, específicamente la Côte Rôtie, de donde salen algunos de los mejores Syrah de este tipo de clima. Pensando en jugársela por un syrah de calidad, su principal preocupación giró en torno a saber si lograría el mínimo de 3.000 horas sobre los 10°C desde la brotación hasta la madurez. Este detalle, no menor, es, según Díaz, indispensable para obtener la madurez fenólica completa de las uvas, sin la cual no hay ninguna posibilidad de lograr buenos vinos, y que además tengan identidad de lugar.
Es por eso que su preocupación mayor son las heladas de otoño que queman las hojas y detienen la actividad de la planta, dejando los racimos sin madurar. Para su suerte, los suelos pobres de Loma Larga, donde están plantados los viñedos, están rodeados por un largo cordón de cerros protectores (de ahí su nombre). Estos hacen las veces de biombo frente a los vientos que soplan desde el sur, pero permiten la entrada de nieblas matinales benéficas. A mediados de marzo, sus parras de Syrah y, sobre todo, las de Cabernet Franc, se ven equilibradas, a la espera de la cosecha que se hará a fines de mayo.
Los tintos que vienen
Junto a Emeric Genevière-Montignac, el enólogo francés a cargo del proyecto, visito la bodega de vinificación y la de guarda, que son de dimensiones adecuadas para la actual producción. Aunque Loma Larga haya ganado fama por sus tintos, Emeric explica que acá también se hacen blancos, sobre todo un Sauvignon Blanc que se trabaja durante seis meses sobre sus lías, sin madera, pero de buen cuerpo, que sale a la venta mucho más tarde que la mayoría de los sauvignones del valle.
Probamos los tintos 2006 y primicias del 2007. Algunas son sólo muestras de barrica y otras todavía esperan por salir al mercado. Entre ellas me sorprende un interesantísimo Merlot 2007 que exhibe mucha complejidad, rica estructura, frutos rojos frescos, flores como rosas y violetas, y notas de té y chocolate. Toda la cosecha 2007 se ve estupenda, de una intensidad y concentración frutal algo mayor que la del año anterior, de manera que cuando encuentre botellas de esta añada no dude en comprarlas y guardarlas si tiene las condiciones para hacerlo.
Y sí, el Syrah es fuera de serie. Pero como de él ya se ha hablado bastante, déjeme contarle que quedé especialmente impresionada por el Cabernet Franc y por el Malbec –el único que se produce en Casablanca–, tanto en sus versiones 2006 como 2007. ElMalbec BG 2006 es bien diferente al resto de los malbec chilenos y argentinos: con algo de rusticidad, es de un frescor y una acidez equilibrada, con fruta sin sobremadurar, notas especiadas y buena persistencia en la boca.
Pero el que, a mi gusto, se lleva los laureles, es el Cabernet Franc: un sorbo le llevará cerezas, ciruelas y un ramillete de frutos rojos directamente hasta el final del cerebro. Es un vino exquisito, de riquísima acidez vibrante y taninos bien estructurados. Su versión 2007, que tiene un buen porcentaje de barrica nueva, se siente aún algo chúcaro en boca. Pero la concentración de fruta de este vino hace pensar que será un seguro candidato a seguirle los pasos a su hermano del 2005 que ganó hace dos años el Austrian Trophy como el mejor cabernet franc del mundo.
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